Lic. Elizabeth Stump

pensamientos, reflexiones y vivencias.

lunes, 17 de mayo de 2010

Obsesión por la imagen

Daniela comienza su sesión de terapia diciendo: “cuando esté flaca seré feliz”, y hace una larga pausa, para continuar contando lo malo que le pasó el fin de semana solo por, según ella, encontrarse “gorda”. Las sensaciones que sintió fueron desde la humillación, el desprecio, la burla hasta la compasión. Daniela, como muchas mujeres de hoy, siente que no tiene un lugar en esta sociedad, si no es como se debe ser, y este deber ser solo se limita al aspecto físico, es como si se sintiera la pieza de un puzzle, solo es importante que encaje en el hueco determinado para ella, determinado por los otros, por supuesto, donde solo interesa la “forma”, para que coincida con el espacio que tiene que ocupar, sin importar quien es, como es, que siente o que piensa. A este inmenso puzzle podemos llamarlo “La Imagen aceptable”, donde sus piezas, curiosamente, son casi similares, ya que el estereotipo de la belleza parece ser bastante claro y limitante, tanto para las mujeres como para los hombres. Hoy parece no haber elección posible, para ser aceptado en la sociedad hay que ser una pieza de este puzzle. Es fácil suponer que ante esta exigencia, Daniela crea que la felicidad solo viene de la mano de la delgadez, y con ésta falsa creencia, ella y gran parte de la sociedad entran en un círculo sin salida, dónde no solo son kilos los que van a perder, sino lo más importante para ser felices, se pierden a ellos mismos, yendo detrás de un ideal casi imposible y destructivo. Y en este camino de las pérdidas, la autoestima cae inevitablemente, ya que para ser aceptada, contradictoriamente, debe dejar de aceptarse a si misma. Entonces su discurso cambia radicalmente, gira en torno a las dietas, el gimnasio, las cremas reductoras, afirmantes, los parches anticelulíticos, las píldoras saciantes y una batería increíble de productos que se venden sin prescripción médica que prometen el milagro de la pérdida de peso. Al comienzo, y con este gran arsenal, Daniela se siente segura, casi infalible en su propósito, decide dejar de comprarse ropa, esperando a bajar de tallas, decide dejar de salir, para sorprender a sus amigos cuando vuelvan a verla, decide dejar sus actividades para dedicarse exclusivamente al gimnasio, y a caminar. Pero la supuesta seguridad dura muy poco, lo que Daniela no sabía, es que al dejar de aceptarse a si misma, perdía también la capacidad de tomar sus propias decisiones, porque sus convicciones de lo que hasta ahora creía que estaba bien o mal, de lo que quería o no quería, de lo que le gustaba o no le gustaba, dejaron de ser confiables, y se convirtió en una persona absolutamente insegura e indecisa, con la necesidad de preguntar y consultar por cada cosa que debía resolver en su día a día, y con la constante pregunta de: “¿como me ves?”. La mirada de los otros se convirtió en su espejo. Lamentablemente, el camino que escogió para llegar a la felicidad, identificándola con un modelo estético y superficial, la hundió en la incertidumbre absoluta, en poco tiempo había dejado de sonreír, de divertirse, de valorarse para pasar a avergonzarse de ser quien y como era. Con mucho esfuerzo y sacrificio perdió un poco de peso, aunque no todo el que ella quería para sentirse a gusto, si bien es cierto que a esta altura ya no estaba segura de nada. Decepcionada de todos los productos que utilizó, porque descubrió que nada tenían de mágicos, comienza a pensar en la cirugía plástica, nada más rápido, seguro y confiable podía existir. Nuevamente encuentra en el mercado múltiples opciones que prometen soluciones inmediatas y seguras.


Cuando el término anorexia comienza a circular más allá del ámbito médico, la primera reacción de la sociedad fue alarmarse ante la enfermedad, reafirmando los cánones de belleza en la salud, la individualidad, los valores humanos y la calidad de las personas, pero en un doble y contradictorio discurso, los medios de comunicación, en especial las revistas de moda, muestran ideales de belleza anoréxicas, las marcas de moda cambian sus talles, haciéndolos cada vez más pequeños y ofreciendo solo hasta determinada talla, que exagerando podría llegar al 44, si no te queda bien, a buscar tallas especiales. Las publicidades muestran modelos delgadísimas, a las que la vida les sonríe y todo parece salirles bien, la belleza se convierte en el bien más preciado a obtener por las mujeres, y entonces, una enfermedad que comenzó afectando a adolescentes y jóvenes, mayormente mujeres, llega a la actualidad afectando a niñas que no llegan a los siete años de edad y a incluir rápidamente a los varones también. Lo más significativo de esto, es que la delgadez extrema a pasado a ser no solo socialmente aceptada, sino que también fomentada desde diferentes lugares mediáticos. Con lo cual, no es difícil entender que hoy en día exista una gran parte de mujeres y hombres obsesionados por la imagen, que invierten casi todo su tiempo en estar cada vez mejor físicamente, olvidándose de si mismos, de su interior, de su propio camino a la felicidad y a la aceptación. Mi pregunta es: ¿saben el verdadero precio que están pagando por ello?, y no me refiero al precio material, que se paga con dinero, sino al coste emocional, que, entre otras cosas implica perder la posibilidad de vivir con plenitud y alegría, implica vivir condicionados a un modelo impuesto según los intereses de unos pocos, implica la pérdida de la capacidad de goce y disfrute, porque nunca se está lo suficientemente atractivo, o delgado, o joven o deseable.

Pasado un corto tiempo, Daniela comienza esta vez su sesión muy enfadada, diciendo: “¡Todo lo que me gusta engorda!, y cada vez que pienso en permitirme un gustito, ni siquiera llego a disfrutarlo, porque me lleno de culpa pensando en las calorías que tiene y cuanto tendré que sudar para perderlas”. Todo su mundo quedo centrado y reducido a las calorías que ingiere y a como perderlas luego. La excusa de dejar de salir hasta verse bien le valió para no tener que enfrentarse con su propio miedo al rechazo, porque lo que en realidad le pasó aquel fin de semana del comienzo de la historia, es que surgió su miedo más oculto y temido, el de ser rechazada, y en lugar de permitirse incursionar en su miedo, de asumirlo para trabajarlo, sabiendo que es de ella y nada tienen que ver los otros, eligió colocar en los hombres el problema, por como la hicieron sentir, adoptando una posición de víctima y creyendo que cambiando su imagen lograría superar su miedo y encontrar la felicidad. Personalmente, creo que esto es básicamente lo que pasa con las mujeres que se obsesionan por la imagen, cuentan con una autoestima baja o débil, y salen a buscar la solución al problema en el afuera, buscando un ideal al que parecerse, para compensar así la falta de seguridad en si mismas, y lejos de encontrar soluciones, tropiezan con una infinidad de complicaciones, porque las exigencias son cada vez mayores y nunca es suficiente lo que se logre, el mensaje es que siempre se puede estar mejor, o peor aún, que siempre hay algo para mejorar, la lista es interminable. A la pregunta que hacia antes, puedo afirmar que ninguna sabe verdaderamente el precio que está pagando por ser aceptada, por renunciar a la posibilidad de elegir su vida, por dejar que otros marquen las normas y las pautas, sencillamente dejan de ser, pierden lo que las identifica como personas individuales, renuncian al privilegio de ser únicas y diferentes, para convertirse en una más de una masa indiscriminada.
Por supuesto que todos los extremos son malos, hablamos de la obsesión por la imagen, la contrapartida es el descuido absoluto, que es tan negativo como la obsesión, de lo que se trata, fundamentalmente, es de encontrar un sano equilibrio entre la moda y la persona que soy, en el punto en que me sienta cómoda conmigo misma. Si bien es importante sentirse parte de un grupo, ser aceptada, también es cierto que no puedo lograrlo sin aceptarme a mi misma, sin tener claro lo que a mi me hace bien, que seguramente no es lo mismo que a otros le hace bien, aprender a compartir sin juzgar y sin juzgarme, asumiendo las diferencias que nos caracterizan como personas únicas e irremplazables. Entendiendo que si no existe una armonía interior, entre mis emociones y mi cuerpo, no podré sentirme en armonía con mí medio. Queriendo, y sobre todo queriendo a nuestro cuerpo, reconociéndolo, aceptándolo, asumiendo que es el cuerpo que nos va a acompañar en el largo camino de nuestras vidas, saber cuidarlo, mimarlo, dándole lo que necesita, ni demás ni de menos.
“He decidido dejar la dieta, estoy de mal humor todo el tiempo, agresiva, no logro concentrarme en nada, abandone a mis amigos, estoy sola y lo peor de todo, es que ya ni recuerdo como empezó todo”, comenzó diciendo Daniela, que en lo que ella encontró el final, para mi fue el principio, porque ahora sí podríamos explorar sus miedos, trabajar en el reconocimiento y la aceptación de la mujer que es, completa, por dentro y por fu

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